Caprichos y berrinches: ¿Cómo resolverlos sin caer en la violencia?

Estas conductas son formas que tiene el niño para comunicarle al adulto una necesidad insatisfecha. Te contamos cómo abordarlos para revertir esta situación.

Caprichos y berrinches: ¿Cómo corregirlos sin caer en la violencia?

¿Qué son los berrinches?

Los caprichos y berrinches son una descarga de exceso de energía acumulada. Es una manifestación corporal de desajuste con el entorno. Es una descarga tónico muscular, una expresión de saturación, de frustración, un modo de decir que algo superó al niño. Es una forma de decir “no doy más, hasta acá llegué, quiero llamar tu atención porque hay algo que no puedo explicar con palabras”.

Todos estos factores pueden ser la causa de estas alteraciones en su comportamiento y en todas ellas está implícito que el niño necesita hacer llegar a los adultos su necesidad, pero no sabe cómo hacerlo o no puede. No sabe o no puede decirlo de otro modo. Por lo tanto, un berrinche no es un manejo. No es algo que ya se le va a pasar sin que el adulto no modifique algo.

Un comportamiento que se origina desde temprano

Un bebé no tiene la capacidad de pensar que si llora y grita, su mamá va a darle lo que él quiere. En todo caso, probablemente esa mamá le mostró a su bebé sin querer una forma eficaz de lograr que ella acuda a resolver sus necesidades —como comer, cambiarle el pañal, hacerle ‘upa’, sostenerlo en brazos o mimarlo— a través de los gritos y el llanto. Pero esto es un manejo inapropiado de los adultos que le han enseñado a ese niño que sólo así sus necesidades básicas serán resueltas. Obviamente esta estrategia por parte del niño se ha afianzado porque los papás no han tenido las herramientas para resolver situaciones con su bebé de otra manera que no fuera esa.

Cuando un niño de aproximadamente 18 meses tiene manifestaciones desbordadas y grita, patalea, se tira al piso y llama la atención de una forma exagerada, generalmente sus padres responden rápidamente porque no toleran esa conducta. Les molestan los gritos ya que socialmente son observados y cuestionados, porque no es grato quedar expuestos. Esta conducta del niño se instalará y empezará a ser una forma de comunicación cada vez más frecuente y cada vez más difícil de corregir.

Es muy probable, que en esta etapa, ese niño haya intentado hacerse entender sobre qué cosa necesitaba y, al no ser dueño de un lenguaje verbal lo suficientemente amplio como para poder expresarlo, lo hace de esa manera. Ante su imposibilidad de comunicar verbalmente irrumpe lo corporal de manera explosiva intentando autorregularse, dado que la tensión por la falta de comunicación generada, le resulta internamente insoportable, provocando mucha frustración.

Entonces, volviendo a repasar, los berrinches expresan algo que al niño lo supera. Puede ser que ésta no sea la forma adecuada de hacerlo pero los que se la habilitaron fueron los adultos que por distintos motivos no pudieron dar respuestas en tiempo y forma a las necesidades del pequeño y éste, ante la zozobra y la necesidad imperiosa de lograr su objetivo —como por ejemplo tomar la teta, que le cambien un pañal que está muy mojado o bien que lo refresquen— llega a expresarlo desbordadamente.

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Tal vez ahora pienses: “¡Ah sí, claro! ¿Y en los casos en los que pasamos por ejemplo frente a un kiosco y no le compro algo y comienza a llorar, eso no es un capricho o un berrinche?”.

No. Esa es la forma que encontró ese niño de hacerse oír. Quizás si le mostramos otras formas de comunicación pueda empezar a modificar su estilo de dar a conocer sus deseos, porque los niños son todo deseo y los adultos somos los que debemos encausarlos, guiarlos, limitarlos y darles estrategias que le permitan interactuar con los que lo rodean de manera socialmente aceptable y progresivamente madura de acuerdo a su etapa de desarrollo.

Una situación muy común es ver a los niños así en los shoppings o supermercados que llegan a un estado de agotamiento, llanto, frustración, que llama la atención a medio mundo. Quizás esos papás, en lugar de retarlos o de enojarse porque siempre hacen lo mismo, tengan que replantearse el horario en el que van a esos lugares o la cantidad de tiempo que permanecen haciendo las compras. Tal vez ese niño también esté cansado del trajín del día, quizás tenga hambre, sueño o calor o simplemente quiere volver a su casa.

Los niños no pueden esperar como los grandes a que se cumplan sus necesidades. Aún no tienen la capacidad de manejar esta situación con su razonamiento. Los niños no son adultos pequeños. Tienen otros tiempos, otros ritmos y otras necesidades.

Por eso el llanto descontrolado de un niño es el indicador para los adultos de que algo le sucede, de que necesita algo. Tenemos que escucharlo antes de que llegue al desborde, al caos y entender estas necesidades.

Si un niño no puede hacerse comprender ni llorando ni gritando, entrará en el estado de mayor indefensión que podamos pensar. Si no cuenta con sus padres para volver a la calma, a la tranquilidad de que por ejemplo comerá cuando tiene hambre, que que lo higienizarán, dormirá y tendrá atención y amor, este niño seguramente enfermará.

Consejos para tener en cuenta ante un berrinche

Si ves a tu hijo que comienza a llorar desconsoladamente ten en cuenta los siguiente consejos e intenta ponerlos en práctica cuanto antes ya que la situación empeora con cada berrinche mal acompañado por el adulto.

  1. No alterarse frente al desborde de un niño.
  2. Si se encuentran en un lugar público intentar contenerlo, alejándolo de la mirada social.
  3. Acercarse siempre con dulzura y respetar si no quiere que lo toquemos.
  4. Hablarle cuando respira entre llanto y llanto, ya que sólo en ese momento puede escuchar.
  5. Sólo decirle que lo quieres.
  6. Esperar a que su descarga expresada en llanto y gritos vaya cediendo para intentar autorregularse.
  7. Ofrecerle ‘upa’, agua, abrazarlo y sostenerlo mientras retorna a la calma.
  8. Pensar bajo qué circunstancia ha ocurrido el desborde, analizar los hechos concretos, como por ejemplo en qué horario o momento del día pasó, si sucede cuando sale del jardín, si es antes de cenar o cuando pasa frente a un kiosco, etc.
  9. Revisar si las pautas que se le dieron al niño son claras y concisas.
  10. Esta pautas ¿son respetadas por los adultos o las modifican según sus necesidades y no según las necesidades del niño? ¿Son pautas acordes a sus posibilidades y necesidades?
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Las pautas que los padres y adultos referentes transmiten a los niños, en el hogar o en el jardín maternal, son las que los organizan y las que les permiten anticiparse y poder saber qué puede esperar aunque en ese momento los adultos no se lo estén recordando.

La previsibilidad es básica y fundamental ya que lo sostiene emocionalmente y le permite, si es necesario, tolerar una espera razonable si se presenta un imprevisto. Si las pautas no son claras el niño no puede contar con ese tiempo extra y lo expresará desbordándose.

Lo mismo sucede cuando las exigencias del medio sobrepasan al niño, generando en él una sobreadaptación que le provoca tensión. Para restablecer su equilibrio interno, debe descargar la tensión acumulada y si no encuentra una vía positiva para canalizarla —como puede ser el juego espontáneo, la expresión verbal o el movimiento libre— entonces sucede que de manera espontánea, abrupta y descontrolada, gritará, llorará, morderá o pataleará.

Observemos las pautas que establecemos para los niños y respetémoslas. No sólo son necesarias para ellos sino que también son imprescindibles para que los adultos sean previsibles, ordenados y confiables, evitando de esta forma muchos de los desórdenes y desajustes en su conducta.

 

Prof. Alejandra De Renzis Peña
Espec. en Atención Temprana del Desarrollo Infantil

Mail: alejandraderenzis@gmail.com
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