El vínculo madre-hijo, un “abrazo” fuerte que nos sostiene toda la vida

La psicóloga y psicoterapeuta Maritchu Seitun describe la importancia del vínculo de la mamá y el bebé desde el vientre mismo, y cómo esa relación nos “protege” y acompaña hasta el final de nuestros días.

El vínculo madre-hijo, un "abrazo" fuerte que nos sostiene toda la vida

Para la interesante campaña Latidos Vitales hicieron una máquina que graba los latidos del corazón de las madres para poder regalar esa grabación a los hijos de modo que puedan escucharlos, y calmarse, en momentos de estrés. Hicieron la prueba con adultos y dio este sorprendente resultado. No sólo (o no específicamente) porque esos latidos logran el objetivo, sino porque representan, recuerdan y nos retrotraen a una época de la vida en que mamá aliviaba los dolores, resolvía los problemas, sabía lo que nos pasaba, en que bastaba su abrazo para calmarnos.

Desde el nacimiento, el bebito reconoce los brazos y el regazo de su mamá como su hogar y se calma muy rápido con ella (para gran ofensa de padres y abuelas) porque desde unos meses antes, en la panza, se había acostumbrado a su particular manera de moverse y de hablar y escuchaba los latidos de su corazón con su personalísimo ritmo. Luego, a partir del nacimiento, va creciendo entre ambos un vínculo que llamamos apego: la mamá va ganando seguridad en su capacidad de atenderlo y decodificar sus necesidades y deseos, y el bebé confía en los cuidados de esa mamá que alimenta, consuela, cambia, pone a dormir, mima, cuida, atiende. Un bebé adoptado descubre las mismas cosas, sólo que lo hace a partir del momento en que se concreta la adopción.

El bebé, desde los brazos de mamá, conoce a papá, descubre el mundo con sus cosas fascinantes y también sus peligros. En infinidad de experiencias entre ambos surge una modalidad de relación, un estilo de apego, que luego trasladará a otras personas: si mamá resulta confiable, segura, cálida, interesada, el chiquito al crecer buscará esas características en otros vínculos y no se conformará con menos.

Cuando por problemas del bebé, de la madre (de salud, económicos, familiares, sociales, de pareja) o de la relación entre ambos, el bebé no alcanza un despertar a la vida seguro y confiado, no podrá contar con esa “base segura” y se acercará al entorno sin esa protección, lo que lo obligará a erigir defensas en lugar de estar tranquilo y abierto a lo que el medio tiene para ofrecerle.

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Este marco explica por qué es tan importante entonces que el papá, otros familiares, los amigos, el medio laboral, y finalmente la sociedad y el Estado se ocupen de funcionar como un entorno protector (como las mamushkas, las muñecas rusas en las que las más grandes rodean y protegen a las más chiquitas, en este caso la más protegida será la pareja mamá-bebe).

Así, el niño crece internalizando un vínculo seguro y confiable y no se corre el riesgo de que crea que descuido, abandono, gritos, desinterés o maltrato son parte de lo esperable en una relación.

Ojalá todos comprendiéramos este concepto y trabajáramos codo a codo para lograr licencias más largas por maternidad, vuelta al trabajo gradual, protección a las madres desamparadas o en riesgo… Al proteger a las madres las ayudamos a que ellas hagan lo mismo con sus hijos, lo que nos evita a todos problemas futuros.

Es verdad que importa la calidad de lo que la madre le ofrece a su hijo, pero no hay calidad que alcance si falta tiempo para estar juntos, de modo de poder reconfirmar cada día la seguridad y la fortaleza de esa relación.

Cuando la madre logra resultar una base segura, su hijo se animará a salir a experimentar el mundo, sabiendo que no sólo tiene ese vínculo internalizado que lo acompaña sino que sigue teniendo por muchos años más un puerto seguro en casa, con mamá y/o papá, donde poder volver a refugiarse de las tormentas, donde repostar, descansar y juntar fuerzas para volver a su diario vivir.

¿Y cuánto dura? El apego o la base seguros son para toda la vida: con los más chicos significará mucho tiempo, atención y cuidados; a medida que crecen quizás alcance con una conversación, un mimo, un llamado telefónico; ya adultos e independiente “nos llevamos puesto” el modelo de una relación saludable junto al recuerdo y la internalización por lo que, aunque vivamos lejos, o aunque ella haya fallecido, esa mamá interna nos sigue hablando y diciendo: “vas a poder”, “seguí probando”, “me importa que estés bien”, “un tropezón no es caída”, “sos querible”, “valés un montón”, etc. Perdura en nuestro interior y nos sigue protegiendo el recuerdo de ese puerto seguro que nos amparó durante tantos años.

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No nos asustemos: no es necesario que lo ofrezcamos todo el tiempo ni a toda hora. Donald Winnicott (pediatra y terapeuta inglés) hablaba de una madre suficientemente buena: basta con que predominen en la experiencia del niño los momentos en que mamá ofreció amor, cuidados, calma, seguridad, consuelo, para que el hijo (ahora adulto) baje el estrés al escuchar los latidos del corazón de su mamá. No es necesario haber sido excelente, o la mejor, basta con que a través de esos latidos (o de cualquier otro medio que el hijo elija para evocarla) él se conecte con el recuerdo de esa mamá suficientemente buena hoy internalizada.